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Los polvos del Rey Salomón


He vuelto a la inquietud que ha muchos años, cuando estudiaba en el Seminario de la Ceja, se me suscitó porque uno de los inquietos y acuciosos compañeros de aquella época, en clase de estudios bíblicos le hizo una pregunta al padre Toro, no sé si por molestar al profesor que gozaba de buena fama, pues había realizado sus estudios de Exégesis en una Universidad europea, o porque realmente quería saber cuántos polvos echaba el Rey Salomón en un día, debido a que en la Historia Universal, muy pocos han tenido el privilegio de tener tantas mujeres en un harén y especialmente de diversas nacionalidades.

Casi tres décadas después, escuché la misma inquietud, cuando participaba en una tertulia en que yo exponía mi Tesis acerca de la Perniciosa influencia, del hurto y calco que han hecho las diferentes Religiones del Mundo de la Mitología, al moldear y crear paradigmas, de unos prodigios, tales como el Dionisos (Baco) de convertir el agua en vino, el del gigante Orión, de caminar sobre las aguas, el de Asclepios de resucitar de entre los muertos y de resucitar los muertos del reino de Hades. Uno de los asistentes preguntó si alguno de los que participábamos en el panel sabía cuántos polvos echaba el rey salomón.

Naturalmente que la pregunta, que estaba fuera de contexto, nos sacó de inmediato del Erebo, el Hades y naturalmente del Seol y nos llevó a especular, pero también a investigar para saber cuántos polvos echaba y lo que podría hacer el Rey Salomón, a quien le apetecían las mujeres, y según lo cuenta el Libro Primero de los Reyes “le gustaban mucho las mujeres, especialmente las que venían de otras partes del mundo”. Además de la hija del faraón, tenía mujeres hititas y mujeres de los moabitas, amonitas, edomitas y sidonios. De acuerdo con la tradición, seguía lo que Dios había dicho a los israelitas: “No debes casarte con mujeres de otras naciones. El hacer eso te llevará a seguir a los dioses de otras naciones”. Tal como la Biblia lo muestra, el Rey no era una pera en dulce. Tuvo setecientas esposas, de sangre palaciega, hijas de otros jefes de estado, y trescientas concubinas y más un millar de favoritas. Fue devoto de Astarté, diosa de los sidonios. También adoró a Moloc, el ídolo horrible de los amonitas.

Salomón, cuyo nombre deriva del hebreo Shlomo, significa "Pacífico", fue el segundo hijo de David y Betsabé y reinó entre 978 y 931, así como fue un infatigable escritor, Poeta, Paremiólogo, fruto de ello son los libros 'El Cantar de los Cantares', 'El Libro de los Proverbios', 'Libro de la Sabiduría', 'El Eclesiastés', también debió ser un desenfrenado fornicador, pues con un harén atiborrado de núbiles zagalas de todas las estirpes que eran vigiladas por eunucos, y que vivían desnudas en su palacio, se podía dar el lujo de escoger la dama que él quisiera.

Aún recuerdo que en medio de la discusión acerca de los Polvos del Rey Salomón, alguien dijo antes de terminar la pregunta: Cien Polvos diarios, otros dijeron treinta, veinte, diez, cinco, y así sucesivamente. Algunos de mis compañeros sacaron de sus escritorios las tablas de logaritmos y otros recién egresados del bachillerato utilizaron las tablas de cálculo y hubo algunos más atrevidos que especularon acerca del agotamiento del Rey y llegaron a decir que no echaba un solo polvo.

Acerca del Rey Salomón, se ha creado una aureola de leyendas, especialmente por la Mesa de Salomón, conocida también como Tabla o Espejo. Sobre este elemento se ha especulado, ya que algunos dicen que estaba hecha de esmeralda verde pulida y tenía 365 patas, que era similar a la Tabula Smaragdina, atribuida a Hermes Trimegisto. Cuando alguna dama le gustaba, Salomón las pasaba por las salas del Palacio y en una de las últimas estancias estaba la mesa, que tenía la magia de enloquecer a la mujer que la viera por el hombre que estuviese a su lado.

Lo cierto de todo esto es que casi cuatro décadas después de aquella pregunta, me puse a hacer las cuentas de los polvos que echaba el rey, y analicé día por día y acto por acto, desde las cinco de la mañana en que el Rey se levantaba, entraba al miqvé y luego, salía de las aguas perfumadas. Su séquito de damas reales lo aromatizaba, lo acicalaba y lo llevaba a eso de las 8 de la mañana para el desayuno real en el que podía demorar una hora y sí sucesivamente, después se iba al palacio Real a recibir las delegaciones de los países amigos y reyes. A las 11 y 30 suspendía las labores y regresaba a su residencia.

Almorzaba a las 12 y 30 y naturalmente que debía echarse una siesta de dos horas. Por el estricto horario nuevamente regresa al Palacio y volvía a las cinco a donde sus esposas, hablaba con cien, y con sus amigos. En fin, agotado y cansado, debido a que las lámparas eran de aceite, se dormía profundamente y a eso de las cinco de la madrugada, cuando el boyero anunciaba el alba de Helios, despertaba y volvía a la misma rutina.

Al final llegué a la conclusión y a la respuesta de la pregunta, cuatro décadas después: El rey Salomón, no echaba un solo polvo, en la semana. Debía esperar el domingo que era el único día en que podía disponer de su tiempo.

Cartagena, 16 de abril de 2017

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