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¿Cómo se identifica un Corrupto?


La pregunta que me la hizo un grupo de estudiantes de la Facultad de Derecho de una universidad local, que investigaban afanosamente el tema, porque uno de sus profesores, enquistado y oxidado en el ejercicio político regional, que ha sido elegido menos veces que su propio padre, del que heredó la curul, según él mismo lo dice a boca llena, y ha sobornado funcionarios, ha comprado votos y favorecido a su familia por el privilegio de su cargo, y quería demostrarle a sus discípulos que él no encajaba en la definición de corrupto.

En las esferas gubernamentales, la corrupción es la desviación de los fines de la función pública en beneficio, propio, de parientes o de particulares y en consecuencia posterga el desarrollo de los pueblos, carga a la comunidad con costos injustos, destruye la competencia comercial, demanda esfuerzos innecesarios de los sistemas de ayuda internacional, desacredita a la autoridad y altera la paz de las naciones. En fin, es el aprovechamiento indebido de la administración de un patrimonio común.

Aunque la corrupción es más notoria entre la clase política, no solo en la colombiana, sino en muchas partes del mundo, esta práctica perniciosa, que viene desde los inicios de la grandes civilizaciones, Mesopotamia, Fenicia, Egipto, Grecia y Roma, también ha extendido sus tentáculos a otras disciplinas y actividades del conocimiento. De allí que haya corruptos en el deporte y la universidad, en la justicia y la factoría, en el parlamento y la policía, en el clero y hospitales, en la gobernación y la discotecas, en el lupanar y la alcaldía, en la prensa y la academia, en fin, en la gloria y en el averno, pues nada escapa a la corrupción, esta es análoga al cáncer, ya que ambos crecen a expensas de sus huéspedes y al final terminan matándolo.

Pero, ¿cómo se identifica un político corrupto? No es por la chimbiada fragancia alemana o francesa que utilizan, nunca colombiana; tampoco por sus prendas de vestir, llamativas y costosas pero de baja calidad; menos por su forma de vivir, son arribistas y se ubican en sectores exclusivos; se identifican especialmente por sus actuaciones o prácticas respecto al presupuesto, el que ponen a su disposición y lo manejan como un kiosco de cervezas.

Además, el corrupto vive mimetizado como un camaleón entre la gente honesta de la sociedad; anda deseoso de riquezas y ambiciones de poder, anteponiendo el principio maquiavélico de que “el fin justifica los medios”, conjuga verbos tales como pecular, cohechar, sobornar, chantajear, robar y traficar influencias. Si no es de los poderosos que violan la ley, tales como presidentes, magistrados, senadores, entonces anda agazapado bajo el paraguas de los poderosos, pues si comete injuria o viola la ley, puede eludir el castigo. En el cargo se desvía de la norma para favorecer a sus amigos.

En materia sentencias, de votación de proyectos de ley, ordenanzas o acuerdos, traiciona a sus electores y al partido y se vende al mejor postor. El arma principal es el perjurio, la calumnia y el engaño, jamás procede rectamente. No se burla de sus enemigos, pero, sí lo hace con los suyos. Está siempre a la espera de recibir obsequios para realizar tal o cual función pública. Se vanagloria de sus fechorías, es prepotente, falaz, venal, tradicional, petulante y, presume del cargo que ostenta, va a misa los domingos, se confiesa, reza y ora siempre con la mano metida en el bolsillo haciendo pistola. Corrompe al elector comprando su opinión. No le interesa el bien común y en el ejercicio de sus funciones es nepótico, es decir, antepone el interés particular ante el interés general. No es amigo de nadie y está pendiente de dar el zarpazo a quien le de papaya.

Para mí la inquietud fue grande, pues no solo visité sibilas, brujos, shamanes y pitonisas, sino que me conseguí un corruptómetro, que llevo siempre en la mochila, lo he puesto en práctica y me ha dado resultados, pero el grave problema es que una sociedad como la nuestra que se precia de ser democrática y participativa, que se enorgullece de su patriotismo, que ha hecho pactos contra dicho flagelo y es signataria de la Convención Interamericana contra la Corrupción, acepte a los corruptos como una situación normal y también como un mal inevitable y les dé calificativos de prohombres y de líderes políticos y como premio los elija gobernantes y miembros de los cuerpos colegiados.

En todo caso, no sé si las zagalas que andaban afanosamente buscando un indicio para identificar un corrupto quedaron satisfechas y analizaron la inquietud de su profesor, un funcionario anquilosado y oxidado en el ejercicio político regional, que ha sido elegido muchas veces, ha sobornado funcionarios y tiene a sus pies el presupuesto de la administración y se apresta a proponer para la próxima elección al primogénito de su parentela, naturalmente que es un CORRUPTO.

Cartagena de Indias

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