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Verdad, mentira y abstención

Sólo una verdad o una mentira, en últimas, habrá de imponerse en 2018 cuando sea elegida la persona que liderará los destinos de nuestra Nación. Una verdad o una mentira que podrá estar arropada por la apatía de una ciudadanía que no hace uso del derecho a elegir, o por la mejor demostración de fortalecimiento y madurez ciudadana que en masa acudirá a las urnas para decidir, a conciencia, quién gobernará a Colombia entre 2018 y 2022.

No olvidemos que en 2016, durante el último ejercicio democrático realizado en nuestro país (para decidir sobre el futuro de la paz), cerca de 21 millones de nacionales prefirieron quedarse en casa, registrándose –al final– una abstención del 62,6 por ciento, la más elevada en las últimas dos décadas.

La tendencia –de no aportar con el voto a la construcción de país– ya se había manifestado en 2014 cuando sólo 13,2 millones de votantes acudieron a las urnas, es decir, apenas el 40 por ciento de la ciudadanía habilitada para ejercer el derecho al sufragio.

En 2010, de los 29.983.279 habilitados para votar durante la primera vuelta presidencial, sólo participaron 14.781.020 personas, registrándose una abstención de 51 por ciento. En la segunda vuelta de ese año votaron 13.296.924 personas, con una abstención del 55,65 por ciento.

La ciudadanía tiene el poder de decidir. Tiene el deber de hacerlo. Porque la democracia no se reforma ni se fortalece a través de mensajes divulgados por las redes sociales. Ni Facebook, ni Twitter, ni Youtube, ni Instagram –por citar algunas– facilitarán el camino hacia las mesas de votación. No hay ni habrá la más mínima posibilidad de lograr la realización del deseo colectivo si la ciudadanía no participa haciendo lo que debe hacer: votar. Eso sí, por quien quiera, por quien crea.

Por supuesto, desde ya, invito a escuchar, analizar y ponderar las propuestas de todos y cada uno de quienes aspiran al solio presidencial. Que sean las ideas las que convenzan a los potenciales votantes. Y que estos decidan a conciencia.

Les invito a no dejarse seducir por tonos apropiados y palabras convincentes, o alejarse porque las ideas fueron expresadas a ‘grito herido’ o entonaciones grandilocuentes.

Les invito a decir NO a la política oportunista que se viste de seda, se disfraza de oveja, alimenta divisiones, esparce mentiras o exageraciones y reparte ‘coscorrones’, sancochos, festejos o tamales...

Opongámonos –no votando por ellos– a quienes engañan a la colectividad recurriendo a la más antigua de las estrategias: ‘confundir’ mientras ‘dividen para reinar’.

Sun Tzu, experto estratega militar chino, explicó hace más de dos mil años cómo "someter al enemigo sin darle batalla", dando inicio a la implementación del arte del engaño. Su libro ‘El arte de la guerra’ es un compendio de estrategias para vencer. Y no solo para vencer, se trata de vencer a cualquier costo. Ni el emperador Julio César, ni Napoleón, ni Maquiavelo o Clausewitz lograron condensar las sórdidas estrategias para doblegar a los oponentes como lo logró Sun Tzu.

En el capítulo tercero del libro, Sun Tzu sugiere: “Lo mejor es desbaratar sus alianzas. No permitas que tres enemigos se junten. Examina sus alianzas y trata de deshacerlas y destruirlas. Si un enemigo tiene alianzas el problema es grave y fuerte la posición del enemigo; si no tiene alianzas, el problema es menor y débil la posición del enemigo”.

Parece la descripción de la realidad colombiana. Acá se divide, y se divide para vencer. Pareciera que el costo socio-político de tal resultado poco importa.

La pensadora Hannah Arendt[1] abordó el análisis de la virosis que afecta el ejercicio de la política, disfrazado por estos días con el calificativo de posverdad.

Si esperamos que nuestra sociedad transforme el devenir de la Nación, debemos esforzarnos por reinventar el ejercicio de la política. Porque no hay posverdades, hay mentiras. Hay mentiras que inspiran falsas certezas. No debemos aceptar que la mentira se siga imponiendo en nuestros días creyendo que es parte de la práctica de quienes ejercen la política. La mentira es una forma de corrupción. No se trata sólo de burda demagogia. La mentira hace parte de estrategias –bien o mal elaboradas– que persiguen el logro de un fin.

En palabras de Hannah: “Nadie ha dudado jamás con respecto al hecho de que la verdad y la política no se llevan demasiado bien, y nadie, que yo sepa, ha colocado la veracidad entre las virtudes políticas. La mentira siempre ha sido vista como una herramienta necesaria y justificable para la actividad no sólo de los políticos y los demagogos sino también del hombre de Estado”.[2]

A eso hay que ponerle fin. La mentira debe ser erradicada, denunciada, castigada. Nunca aplaudida. Y el ejercicio de la política debe ser enaltecido con verdades, con transparencia… Para que, en el futuro, la práctica del poder sea transparente, honesta, de cara al pueblo. Para que la gobernanza se fortalezca con la activa participación ciudadana.

No hay ni debe haber cabida a la tolerancia del engaño o la mentira que arrastra a la población por senderos de incierto futuro.

Comprometámonos con el deber ser de decidir en las urnas el futuro de nuestra Nación, para que el mismo no dependa de unas pocas personas. Aún estamos a tiempo para enterarnos qué proponen los hombres y mujeres que aspiran a posesionarse en la Presidencia de la República el siete de agosto de 2018.

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1 Hannah Arendt, 1906-1975.

2 Arendt, Hannah. ‘Verdad y mentira en la política’.

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