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Niñez y juventud al paso del suicidio

Cuando una persona apunta un arma de fuego contra sí misma y se dispara… Cuando un joven opta por colgarse desde lo alto de un árbol en el parque del pueblo donde nació… Cuando el anciano bebe de un trago el último veneno de su vida… Cuando la mujer apaga la luz de los ojos de sus hijos e hijas y se quita la vida… Cuando el hombre descubre que su gran amor se fugó y prefiere el adiós definitivo… Cuando un chico homosexual prefiere acabar sus sueños porque su familia o sus amigos no le aceptan ni le comprenden… Duele. Algo terrible se descompone ante nuestros ojos. Algo está pasando sin que, como sociedad, hagamos mayor esfuerzo para evitarlo.

Durante 2016,1 2.056 personas se quitaron la vida en Colombia (10 menos que durante 2015): 1.685 hombres y 371 mujeres. 93 de ellos trabajaban en el campo, nueve hacían parte de la comunidad LGBTI, 28 pertenecían a diferentes grupos étnicos, seis habían sido maestros; dos, trabajadoras sexuales; 14 estaban privados de la libertad; tres, desmovilizados; cuatro personas en habitabilidad de calle; seis personas en condición de desplazamiento; 61, adictos a drogas; y dos se dedicaba a asuntos religiosos, entre otros. De los 2.056 suicidios registrados el año pasado, 613 eran jóvenes -¡18 de ellos eran niños!-; y 905 fueron personas que tenían entre 29 y 59 años de edad. De acuerdo con la variable de ancestro racial, 1,724 de las personas que se suicidaron el año pasado eran mestizos, uno, de raza amarilla; 34, indígenas; nueve, mulatos; 57, afros; y a 165 no les precisaron su ascendencia. Entre 2005 y 2014, 18.336 personas se suicidaron en Colombia. En 2014, Medicina Legal reportó una tasa de mortalidad por suicidio de 4,33 casos por cada 100.000 habitantes, similar a la registrada durante los nueve años precedentes. En total, ese año fueron 1.878 suicidios. De los cuales, 1.544 eran hombres (82%) y 333, mujeres (18%).

El suicidio es una problemática de salud mental que se agrava con el paso de los días. Jóvenes, e incluso niños y niñas, se quitan la vida, y han sido varios los adultos mayores que anticiparon su partida. En la población de niños y adolescentes (de cinco a 19 años de edad), en el país se suicidaron el año pasado 365 niños y jóvenes, ¡uno por día!: cuatro niños entre cinco y nueve años, 84 entre 10 y 14 años, 156 entre 15 y 17 años y 121 entre 18 y 19 años. En el grupo de 20 a 39 años de edad –etapa durante la cual se prepara y se educa la persona y se forjan y se realizan sueños–, 900 personas optaron por quitarse la vida: 299 cuando tenían entre 20 y 24 años; 238, entre 25 y 29 años; 203, entre 30 y 34 años; y 160 entre 35 y 39 años.

Adicionalmente, de edades comprendidas entre 40 y 59 años, 497 personas se suicidaron. De ellas, 142 tenían entre 40 y 44 años; 124, entre 45 y 49 años; 130, entre 50 y 54 años; y 101, entre 55 y 59 años.

Los datos de Medicina Legal son reveladores: la mayor cantidad de suicidios se registran entre niños, adolescentes, jóvenes (hasta 28 años). Ese es el drama. Esa es la tragedia.

Y, cuando tenían entre 60 y más años, 294 personas se suicidaron. 98, de 60 a 64 años; 71, de 65 a 69 años; 44, de 70 a 74; 36, de 75 a 79 años; 45, de 80 años y más. En la edición de la revista REGIÓN (de CIUDAD PAZ), el Gobernador del Quindío y el Alcalde municipal de Génova coincidieron en manifestar preocupación por la que consideran alta tasa de suicidios en el departamento. Durante 2015, se suicidaron en Quindío 28 personas (22 hombres y seis mujeres). 18 de ellos en Armenia. Y, en 2016, se presentaron 37 suicidios (31 hombres, seis mujeres). De esos, 21 (18 hombres, tres mujeres) se registraron en la capital del departamento. En el departamento se suicidaron cinco menores de edad: dos niños tenían entre 10 y 14 años, tres, entre 15 y 17 años; y uno, de 18 años. Cuando tenían entre 18 y 29 años, 10 jóvenes optaron por el suicidio, cinco de ellos en Armenia.

Las causas de muchas de esas muertes fueron diversas, aun cuando la constante en la mayoría de ellas era la depresión sufrida por quienes optaron por la solución drástica. No saber enfrentar las dificultades de la vida (abandono de la pareja, pérdida de ingresos…) o el temor a decepcionar a las personas amadas (por haber perdido el año escolar, por ejemplo) se encuentran entre las causas más comunes.

Se estima[2] que el 28,46 por ciento de los suicidios se originó a consecuencia de conflictos con pareja o ex pareja; el 23,99 por ciento a causa de enfermedad física o mental; el 13,96 por ciento por precariedad económica; el 12,10 por ciento por desamor…

De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud, la depresión[3] “es una enfermedad que puede afectar a cualquier persona. Provoca angustia mental y repercute en la capacidad de las personas para llevar a cabo las tareas cotidianas, lo que tiene en ocasiones efectos nefastos sobre las relaciones con la familia y los amigos. En el peor de los casos puede provocar el suicidio”.

Y, según la Organización Mundial de la Salud, la situación de la salud mental de los colombianos va de delicada a grave. Nuestro país está escalonado en el octavo lugar de los países que sufren más depresión en América Latina. Según el estudio, el 4,7 por ciento de la población colombiana sufre de depresión.[4] Creo, sinceramente, que cada vida segada violentamente demuestra falencia en el cumplimiento del deber ser del Estado, que tiene como misión constitucional garantizar la vida de los ciudadanos, particularmente de “aquellas personas que por su condición económica, física o mental, se encuentren en circunstancia de debilidad manifiesta…”, como establece el último inciso del artículo 13. Como ya comentamos, 93 de las personas que se suicidaron en el país trabajaban en el campo, nueve hacían parte de la comunidad LGBTI, 28 pertenecían a diferentes grupos étnicos, dos eran trabajadoras sexuales; tres se habían desmovilizado de grupos armados ilegales; cuatro personas vivían en habitabilidad de calle, seis estaban en condición de desplazamiento… Todos ellos eran personas en debilidad manifiesta, o precaria condición económica o padecían discriminación. Respecto de la escolaridad, 194 de las víctimas apenas habían alcanzado la educación preescolar; 531, la básica primaria; 564, la básica secundaria; 66, la secundaria alta; 83, técnicos; 12 eran o aspiraban a ser profesionales; tres tenían o cursaban especialización o maestría; 41 no habían ingresado al sistema escolar y de 562 personas no se comprobó información educativa. Adicionalmente, las tentativas de suicidio no han sido debidamente registradas. Muchos, tal vez demasiados, fueron los adolescentes, jóvenes y personas mayores que guiados por la desesperación intentaron quitarse la vida, pero fueron auxiliados a tiempo por sus familiares o amigos.

La salud mental de los mismos, y de quienes han compartido sus vidas, requiere oportuna atención especializada, pero sobre todo exige del Gobierno Nacional una política que enfrente con decisión la problemática. No puede dejársele –por citar un ejemplo– al alcalde de Génova, en Quindío, que estructure, ejecute y financie estudio y estrategia dirigida a prevenir los suicidios en su población. “Se estima que existe una proporción de 8:1 entre los intentos y las muertes por suicidio, aunque existen amplias diferencias según edad y género. La incidencia es mucho más grande en mayores de 60 años. De aquellos que intentaron el suicidio y fallaron, una tercera parte tuvo otro intento en el curso del año siguiente. La existencia de antecedentes personales de intentos suicidas en el pasado, es uno de los factores de riesgo que más claramente se asocian a la posibilidad de un futuro suicidio consumado”.[5] Sin lugar a dudas, prevenir suicidios demanda mayores esfuerzos, planes a largo plazo y una estricta articulación con las políticas del Gobierno Nacional en materia de Salud Pública.

Porque cada muerte auto-infligida causa devastación en los círculos familiares y sociales de quien opta por causársela. Un problema que se extiende en el tiempo de no ser atendido con eficiencia. Y en eso, teniendo en cuenta las estadísticas, no parece que se esté teniendo éxito.

Nada ni nadie puede calmar la desazón que causa el saber que, poco a poco, estamos perdiendo el hilo conductor hacia el bienestar colectivo.

¿Por qué se suicidan nuestros niños y jóvenes? ¿Qué razones turban sus pensamientos y le impulsan a dar fin a sus días? ¿En qué momento pierden sus sueños? ¿Por qué declinan tener esperanzas? El gran Borges describió poéticamente la intención del suicidio: “Borraré la acumulación del pasado. / Haré polvo la historia, polvo el polvo”.

Se apaga la luz. Se cierra el libro de cada historia. El fin.

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1 Fuente: Tableros Lesiones Fatales de Causa Externa en Colombia. Año 2016. Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses.

2 Fuente: Organización Panamericana de la Salud. http://www.paho.org/hq/?lang=es

3 Organización Panamericana de la Salud. http://www.paho.org/hq/?lang=es 4 http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs369/es/ 5 ‘Protocolo de Vigilancia en Salud Pública’. Instituto Nacional de Salud. https://www.minsalud.gov.co/sites/rid/Lists/BibliotecaDigital/RIDE/IA/INS/protocolo-vigilancia-intento-suicidio.pdf

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* Carmen Peña Visbal, directora de CIUDAD PAZ, es periodista y abogada. Experta en Comunicaciones Estratégicas, especialista en Alta Gerencia y en Derecho Penal y Ciencias Forenses. Candidata a magister en Comunicación Política. Con postgrado en Defensa y Seguridad Nacional.

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