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¡Existo! ¡Merezco que me nombres! y ¡también que me respetes!

"El lenguaje es el vestido de los pensamientos”. Samuel Johnson

-“¡Pónganse todos de pie, por favor!” –pidió el conferencista. Al instante, todas las personas del auditorio acatamos su solicitud.

-“¡Pueden sentarse!” –manifestó con una sonrisa. Nuevamente, su petición fue obedecida.

-“Ahora, ¡Por favor, levántense todas!” –dijo, al tiempo que las mujeres obedecían.

Así comenzó aquella charla sobre la importancia del lenguaje incluyente que personal de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Chihuahua impartió a quienes laboramos como Instructores e Instructoras de Pláticas Prematrimoniales del Consejo Estatal de Población; en la cual, con una simple dinámica evidenciaba claramente la realidad machista y poco incluyente en la que vivimos.

Ahí, de pie, estaban las mujeres reclamando una existencia que históricamente les había sido arrebatada, gritando con su postura: “¡Estoy aquí!, ¡Soy una persona, entiendo mi valor!, ¡Ocupo un espacio, tengo un nombre y merezco ser nombrada!”.

Sobrevino un silencio incómodo, que sólo fue roto por una tos nerviosa de alguno de los que permanecíamos sentados. Las próximas dos horas prometían ser de aprendizaje y mucha reflexión. Tras cuestionarnos sobre nuestra falta de solidaridad masculina, el ponente nos explicó que estábamos ante un comportamiento sexista. Invitó a las mujeres a tomar asiento y prosiguió con su exposición, seguro de contar con el interés total del auditorio. En la primera lámina proyectada se leía: “Hablar de lenguaje incluyente equivale a expresarnos utilizando de manera preferente términos neutros, o bien, destacando el femenino y el masculino. Así mismo, se evitan generalizaciones del masculino para situaciones y actividades donde se involucran mujeres y hombres”. El más curioso y entusiasta solicitó ejemplos de términos neutros, obteniendo como respuesta: “personas, humanidad, ciudadanía y funcionariado”; añadió, además que es correcto decir: “presidenta, jueza, directora, jefa de departamento, alumna, profesora...”. Luego, alguien cuestionó la dificultad para hacer uso del lenguaje incluyente y se quejó de la falta de congruencia en los textos y discursos. Lo más sorprendente fue que ‘ese alguien’ era una mujer. El ponente no se inmutó, incluso parecía como si esperara su intervención o se tratara de una participación ensayada. Con paciencia le explicó y nos hizo ver, que no se trata de algo tan difícil y se convierte en elemental si comprendemos el derecho que tienen las mujeres a ser visibilizadas, la necesidad de cambiar paradigmas y la obligación de incluir en nuestra vida diaria el respeto de los derechos humanos.

Con un poco de timidez, levanté la mano y manifesté mi confusión sobre la postura que sostiene la Real Academia de la Lengua Española respecto al tema. Con su explicación, comprendí una gran verdad: la esencia conservadora, androcéntrica y patriarcal que predomina desde sus orígenes en esa institución. Desde ese momento, adquirí el compromiso de realizar un esfuerzo por adoptar el lenguaje incluyente y no sexista como parte de mis habilidades comunicacionales; difundirlo y defenderlo, aún en contra de las posturas más férreas y conservadoras. Pues, al hacerlo, estoy reafirmando la existencia de la persona que me regaló la vida, la de mis hermanas, amigas y, en general, de todas aquellas mujeres que inconscientemente han aceptado vagar por el mundo, con nombre, pero sin identidad.

Entendí, también, la importancia de nombrar correctamente a los grupos de población. Que lo correcto no es ‘personas con capacidades diferentes o especiales’, sino ‘personas con discapacidad’; que en lugar de llamarles ‘viejitos/as’ o ‘adultos en plenitud’, debemos nombrarles ‘personas adultas mayores’; que ‘indias/os’ y ‘negros/as’, suena despectivo así se utilice el diminutivo, y es preferible el término ‘pueblos y/o comunidades indígenas’ y ‘afrodescendientes’, respectivamente; que las personas de la diversidad sexual no son ‘raros’, ‘maricones’, ‘marimachas’ y/o ‘tortilleras’, sino personas que aman, merecen ser respetadas y nombradas como las siglas de la población LGBTTTI lo indican: lesbianas, gays, bisexuales, travestis, transexuales, transgénero e intersexuales. Me propuse no volver a ser parte de chistes, expresiones, refranes y hasta pensamientos sexistas que denigran a las personas, que las sitúan como blanco de burlas, propician la violencia y la discriminación.

Pues aún de manera inconsciente, hombres y mujeres tenemos una tendencia al lenguaje sexista, ya sea verbal o no verbal, prueba de ello es el ejercicio con el que cerró el conferencista: “menciona la primer palabra que se venga a tu mente”. ¿Al escuchar la palabra zorra, en qué piensas? ¿Y si hablamos de heroína? ¿Mujer pública? ¿Perra? ¿Aventurera? ¿Golfa? Y ya ni que decir de la imagen que se forma al hablar de doña Juana. Pero, ¿qué hay de las homónimas en masculino? Un zorro es un héroe justiciero; a su vez un héroe es un ídolo; un hombre público es un personaje prominente; un perro es un gran amigo; ser aventurero equivale a ser valiente, osado y atrevido; si hablamos de golfo pensamos en alguien que sabe divertirse, es atrevido o para variar imaginamos el Golfo de México; ¿Y, don Juan? a diferencia de doña Juana, representa la inspiración y tema de libros, películas, obras de teatro y canciones. El machismo en su máximo esplendor. Tristemente nos hemos acostumbrado tanto a la discriminación, que ya ni nos damos cuenta de su presencia, sin embargo, la buena noticia es que el lenguaje es una construcción social y depende de nuestra decisión modificarla, reivindicando el significado de las palabras. Recordemos que todas y todos tenemos derecho a que nos nombren con respeto, pues como bien lo dijo George Steiner: “Lo que no se nombra, no existe”.

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* Juan Carlos Guerra Gutiérrez es Licenciado en Derecho (Universidad de Sonora, México). Pasante de Maestría en Derecho y Ciencias Penales. Participó en el Programa de Intercambio Estudiantil en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Diplomado en Habilidades Directivas (Instituto de Estudios Universitarios y Escuela de Comercio Internacional, Mercadotecnia, Comunicación y Turismo, de París, Francia). Ha sido asesor Jurídico del Ayuntamiento Municipal de Guadalupe y Calvo (Chihuahua); aval Ciudadano del Hospital Comunitario de Guadalupe y Calvo; meritorio de la Comisión Estatal de Derechos Humanos del Estado de Puebla y del Estado de Sonora (México).

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