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Decir SÍ a la paz


Cuando comenzaron los diálogos de la Habana, se despertó en mí un halo de esperanza en Colombia, en el presidente, en la política y en general en el mundo; sentí que la lógica imperaba y que apalancándonos en ella, las cosas podrían ser mejor.

Luego comenzaron las eternas entregas parciales de los acuerdos, y con ellas, largos años de batallas con quienes, con una predisposición pasmosa, criticaban uno a uno los motivos sobre los cuales se cimentaba el acuerdo: Que ¿Cómo nos vamos a sentar con los enemigos? ¿Con esos terroristas? Les estamos entregando el país a las Farc, mira a Venezuela y Cuba, así vamos a parar; le estamos entregando el país al Castro-Chavismo, existe un triángulo del poder (Castro, Maduro y Ortega) que dictamina lo que hace las Farc y nos van a invadir con su ideología socialista.

Como no teníamos acciones concretas del acuerdo, ni conocíamos los detalles, las discusiones se basaban en debatir estas afirmaciones. Me pareció fácil escudarme en mi amiga, la lógica, para contra-argumentar y de paso convencer a uno que otro. Hace unas semanas todos vimos en televisión como Márquez y De la Calle le anunciaban al mundo que habían llegado a un acuerdo, inmediatamente el Presidente nos contó que podríamos refrendar los acuerdos, y que lo haríamos el dos de octubre, y que podíamos encontrar todo lo pactado en https://www.mesadeconversaciones.com.co/

Comencé a leer y a documentarme con expertos en el proceso, preparé mi lógica para aceptar, en nombre de ella, lo que allí estuviese escrito y me encontré con lo siguiente: - Las penas no son restrictivas de libertad. - Las penas no son restrictivas de ser elegibles para cargos populares. - Entregamos 10 curules por dos períodos legislativos. - Se forman 16 circunscripciones especiales para cámara, pero ninguno de los partidos políticos constituidos a hoy, podrán competir por esas 16 curules. - El Estado les da $5’300 millones. - El acuerdo no dice nada sobre el dinero captado ilícitamente por las Farc.

Mejor dicho, alguien que violó a una niña (en pro de la revolución, já), puede no ir a la cárcel, ser apoyado por el estado a que haga campaña política, gozar, de manera ilegal (lavándolo), del dinero que logró acumular delinquiendo y quedar electo en una circunscripción especial para “representar la voz de los históricamente oprimidos”. En cambio, si otra persona (con ideales menos loables, já) viola a una niña, va preso y no puede ni votar.

Por más que repito este escenario en mi cabeza no me parece lógico, no logro entender el sentido de justicia que promovemos, y yo sí quiero que las Farc pasen de las armas a las ideas, pero no sé cuál es el límite hasta donde podemos ceder sin que sea perjudicial.

Por ejemplo, yo estoy seguro que nuestros compatriotas de hace más de medio siglo, desesperados por centenares de años de lucha armada entre liberales y conservadores, pensaron que el frente nacional era la mejor opción, y por un momento lo fue ¡Hubo paz! Se dejaron de matar, pero esto generó una bola de nieve de inconformismo en los sectores excluidos, que motivaron la conformación de las guerrillas que tenemos hoy con la cuales queremos llegar a un acuerdo de paz. Irónico ¿no?

Temo que las concesiones que hagamos hoy puedan ser devastadoras e incluso, empeoren el problema y entonces quiero votar NO, mi lógica me impide refrendar ese sin-sentido, pero hay algo que no me deja y me cuesta creer que ese algo es la fé. Yo, que hasta ateo soy, me toca aferrarme a algo que no puedo ver ni escuchar, ya que la lógica me abandonó en aquel NO.

No nos equivoquemos compatriotas, ese esperpento de acuerdo no es lógico, mis amigos que abogan por el no bajo esos argumentos (no los delirantes del Castro-Chavismo), tienen toda la razón en estar en contra, es lo lógico, es lo que nos han dicho y lo que hemos visto a lo largo de nuestras vidas sobre lo que es justo y lo que no lo es. Sin embargo, no podemos subestimar a la capacidad humana, a la eterna y sistemática superación de la sociedad. Yo voy a votar por el SÍ, no porque sea lo lógico, sino porque considero que el no matarnos vale la pena, que nosotros vamos a propinar ese castigo social que la justicia transicional obvia; porque lo que se firmó es sólo una parte, ahora comienza lo bueno, y depende de nosotros, pero sin armas.

Invito a quienes abogamos por el SÍ, a que lo hagamos apelando a los sentimientos de amor, de fé y de superación social, que entendamos que no es fácil confiar en el otro, dejemos a un lado ese tufillo de superioridad moral y dejemos de creer que tenemos los únicos argumentos válidos en este debate. Amor y paz.

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